Los padres regañan a sus hijos por diversas razones, desde corregir un comportamiento inapropiado hasta enseñarles valores y normas. Es importante entender las razones detrás de estas regañinas para poder mejorar la relación familiar y el desarrollo de los niños.
Porque los padres regañan a sus hijos?
1. El cansancio de los padres
La fatiga diaria, la carga mental y las innumerables responsabilidades que los padres enfrentamos a diario pueden llevarnos a un desgaste emocional que nos hace reaccionar de manera exagerada con nuestros hijos.
Es crucial que cuidemos de nuestra salud mental y busquemos apoyo profesional si nos sentimos más ansiosos, tristes o experimentamos episodios de estrés, insomnio o ansiedad.
2. Esperamos que los niños se adapten a nuestro ritmo
Vivimos en un mundo acelerado, lleno de responsabilidades y situaciones imprevistas que nos consumen, forzándonos a funcionar en ‘piloto automático’ desde que despertamos hasta que nos vamos a dormir.
Día tras día, sentimos que el tiempo se nos escurre sin darnos cuenta, frustrados por no poder abarcar todo lo que quisiéramos. El problema surge cuando esperamos que nuestros hijos se adapten a este ritmo frenético.
Los niños, cuyo mundo es el presente y necesitan tiempo para desarrollar sus habilidades, se ven arrastrados por las exigencias de los adultos, sin tener en cuenta que su ritmo es completamente distinto al nuestro.
Reducir nuestro ritmo para adaptarlo al de nuestros hijos puede ser difícil; pero cuando comprendemos la importidad de ser más pacientes con ellos, todo mejora.
3. Somos demasiado duros con nosotros mismos
Otra razón por la que podemos gritar a nuestros hijos es debido a las altas expectativas que los padres nos imponemos, las cuales a menudo son irreales. Muchos estudios han demostrado cómo las redes sociales pueden afectar nuestra autoestima, generando inseguridad y culpabilidad al sentir que no cumplimos con las imágenes perfectas que vemos.
Estos factores pueden generar mucho estrés entre los padres que luchan por ser esos “padres perfectos” que vemos en redes sociales. Esta presión combinada con el estrés laboral y problemas de conciliación puede afectar el ambiente familiar y la relación con nuestros hijos.
4. Nos cuesta poner las cosas en perspectiva
En relación con lo anterior, es útil reflexionar de vez en cuando sobre cómo podemos simplificar nuestra vida diaria. ¿Podemos flexibilizar y reorganizar algunas tareas para evitar conflictos familiares?
A veces imponemos a los niños tareas que no son necesarias en ese momento. Por ejemplo, ¿qué pasaría si un día nuestro hijo no quiere bañarse o recoger sus juguetes? ¿Qué sucedería si cenamos media hora más tarde porque no querían dejar el parque?
Siempre debemos establecer límites para los niños, pero algunos de estos límites pueden negociarse o flexibilizarse para mejorar el ambiente familiar y evitar tensiones y gritos.
5. Nuestros hijos no nos escuchan
Algunos padres que suelen gritar a sus hijos explican que lo hacen porque los niños no les prestan atención de otra forma.
Pero el problema es que los niños aprenden a prestar atención solo cuando se les grita, ya que no toman en serio un tono de voz normal.
Si creemos que nuestro hijo no nos obedece, la solución no es gritarle, sino explicarle de manera sencilla y paciente lo que esperamos de él, estableciendo límites y permitiéndoles tomar decisiones siempre que sea posible.
6. Hemos interiorizado los gritos como método de educación
Otra razón por la que gritamos a los niños es debido a nuestra propia infancia. En muchos casos, también recibimos gritos y exigencias de nuestros padres, ya que era un estilo de educación común en aquel entonces.
Esto ha llevado a que normalicemos (e incluso justifiquemos) estas conductas. No estamos excusando los gritos, sino explicando por qué, al tener interiorizada esta forma de educación, recurrimos a gritar a los niños en momentos de tensión, cansancio o enfado.
¿Por qué los papás nos regañan?
Es común para los padres experimentar un aumento en el cansancio físico y mental durante ciertos períodos del año. Esto puede ser resultado de una variedad de factores, incluyendo la carga laboral intensa, los desafíos en la conciliación entre el trabajo y la vida familiar, y las responsabilidades diarias que gradualmente nos desgastan.
Además, cuando tenemos niños pequeños, a menudo enfrentamos una mayor falta de sueño y otras preocupaciones vinculadas a su educación, salud y crianza, las cuales pueden ocupar nuestros pensamientos de manera abrumadora.
Con tal acumulación de estrés físico y mental, es natural y comprensible que podamos llegar a un punto en el que perdemos la paciencia con nuestros hijos. Sin embargo, ya que nuestra paciencia no se restablece automáticamente con el inicio de un nuevo año, cada uno de nosotros debe encontrar la mejor manera de mantener un equilibrio mental y asegurarse de descansar adecuadamente.
¿Qué demuestra la gente que grita?
El acto de gritar no sirve para nada más que para intimidar o expresar enfado. La ira es la principal impulsora de los gritos, y esta forma de manifestarla indica una falta de control.
Existen numerosas justificaciones cliché que intentan legitimar los gritos. Algunos dicen: “Grito porque no me escuchas”, mientras que otros afirman: “Parece que solo entiendes a los gritos”. Como estas, existen muchas otras expresiones estereotipadas que buscan proporcionar una base racional al acto irracional de gritar.
Los gritos solo señalan que hay una inestabilidad emocional en la persona que eleva el tono de su voz. Grita porque quiere parecer más fuerte de lo que realmente es e intenta ejercer control sobre la situación. Sin embargo, lo que realmente demuestra es que no tiene suficiente control incluso sobre sí mismo.
¿Por qué grito a mi hijo?
No malinterpreten mis palabras; esto no es una defensa para los padres autoritarios que creen que la rigidez, los gritos y el miedo son la mejor manera de educar a sus hijos. De hecho, son las peores tácticas. Este mensaje es para todos esos padres, que son la mayoría, que hacen todo lo posible por tratar a sus hijos con amor, afecto y respeto, pero que de vez en cuando cometen errores, terminan gritando y luego se sienten terribles.
Hay una gran diferencia entre estar abrumado un día y “dejar escapar un grito”, y usar conscientemente los gritos como una estrategia para educar a tus hijos. Este último comportamiento es mucho más preocupante y, además, rara vez va acompañado de un deseo de mejorar. Es esta actitud la que realmente daña a los hijos.
Gritar a los hijos es un error, un desliz, que demuestra que hemos perdido el control; sabemos que ninguna situación mejora con gritos. Ninguna. Pero es un error muy humano.
Debemos ser comprensivos con nosotros mismos y lo suficientemente responsables para corregir el error e intentar evitar repetirlo. Y, por supuesto, cuando nos equivoquemos, debemos pedir disculpas a la persona afectada: “Lo siento, cariño, no debería haber hablado contigo de esa manera”. ¿No es lo mínimo?
Es muy difícil no gritar nunca, pero debemos esforzarnos para que suceda lo menos posible; los gritos terminan dañando la relación entre padres e hijos, perjudican su autoestima, contribuyen a la pérdida de confianza, generan un ambiente de estrés y malestar, y además, proporcionan un modelo negativo de relación basada en la agresividad.
Cuando gritamos a los niños, generalmente no es tanto culpa de ellos sino de nuestro propio descontrol; la mayoría de las veces que un niño “se gana un grito” es simplemente por comportarse como un niño en un momento en el que los padres no están preparados para manejar la situación.
Esto suele suceder especialmente al final del día, cuando tenemos prisa, cuando estamos cansados, enfadados, nos sentimos juzgados, etc.
¿Cómo afectan los gritos de los padres a los niños?
Los gritos no son efectivos para la educación, solo contribuyen a dañar el equilibrio emocional y debilitar la autoestima de los niños. Esto puede resultar en que, en un futuro cercano, los niños que son sometidos a gritos constantes en sus hogares terminen sufriendo de depresión, ansiedad o problemas de conducta.
Es común que los padres reprendan a sus hijos con el objetivo de enseñarles límites y responsabilidad. Es crucial que los niños aprendan a respetar las reglas y seguir las directrices de los adultos para desarrollarse en individuos responsables y respetuosos.